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                                          Qui temps ha bon no·n deu esperar altre .

           1. A modo de introducción

              La  bibliografía  sobre  el  comercio  marítimo  ha  recogido
           abundantemente, como muchas fuentes reflejan, el respeto y/o miedo
           que infundía el mar a todos aquellos que se ganaban la vida surcándolo
           en  diversas  direcciones.  Como  es  el  caso  de  muchos  mercaderes
           barceloneses que se dirigían por el Mediterráneo hacia el este (hacia
           las costas de la Provenza, hacia las islas Baleares, hacia Cerdeña,
           hacia las costas italianas, hacia Nápoles, Sicilia, Malta, hacia la costa
           dálmata, hacia Creta, Chipre, Grecia, hacia Constantinopla y algunos
           puntos de la costa del mar Negro y más al este hacia Alejandría de
           Egipto). En otros lugares, hacia el sur (hacia los puertos del norte de
           África) y hacia el sudoeste (los puertos marroquíes del Atlántico), pero
           también hacia el norte, hacia la Francia del Norte y hacia Flandes,
           donde compraban, vendían, prestaban, encomendaban, cambiaban o
           a veces si no tenían tanta suerte, barataban las mercancías con las
           que  podían  obtener  ganancias  en  ocasiones  importantes,  en  otras
           escasas. Este respeto o miedo al mar era el respeto o miedo a un medio,
           en principio, hostil a los hombres y mujeres medievales –a pesar de
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           que el Mediterráneo, como sabemos, fue desde antiguo un mar muy
           transitado . Un mar, a diferencia de lo que pensaba Ferdinand Braudel,
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           muy poco homogéneo, un mar en el que pocas veces puede apreciarse
           una “identidad mediterránea”, más bien un mar en el que hay que
           buscar –cono sostiene David Abulafia– la diversidad política, religiosa,
           étnica,  lingüística,  de  los  pueblos  que  miran  a  este  crisol  de
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           civilizaciones sometido a cambios constantes .

              1  V. Salavert y Roca, Cerdeña y la expansión mediterránea de la Corona de Aragón de
           la Corona de Aragón (1297-1314), 2 vols, Madrid, 1956, vol. 2, doc. 481.
              2  Las mujeres lo surcaban en una proporción mucho menor. Lo hicieron algunas
           viajeras que emprendían rutas por mar, ya desde la Antigüedad tardía, como la monja o
           laica  aristócrata,  Egeria;  más  tarde,  seguramente,  algunas  trovadoras,  bailarinas,
           juglaresas,  etc.,  que  viajaban  para  ir  de  una  corte  señorial  o  real  a  otra,  algunas
           aristócratas, princesas, reinas y las esposas de algunos funcionarios reales que realizaban
           algunos de sus viajes por mar, las primeras, en ocasiones, para llegar a las nuevas tierras
           donde las esperaba su prometido; las otras, a veces para visitar sus dominios o visitar a
           su marido fuese este el rey o un funcionario que desempeñaba su cargo o estaba en
           dominios allende el mar, también algunas prostitutas obligadas a mantener relaciones
           con las tripulaciones de los diversos tipos de embarcaciones. embarcaciones. Vid. La vida
           de Egeria. Introducción y edic. de Carlos Pascual, Línea del Horizonte, Madrid, 2017.
              3  I. Ait, Il comercio nel medioevo, Jouvence, Roma, 2005.
              4  D. Abulafia, El gran mar. Una historia humana del Mediterráneo, trad. Rosa María
           Salleras Puig, Crítica, Barcelona, 2013, pp. 649-650.



           Mediterranea - ricerche storiche - Anno XIV - Dicembre 2017    n.41
           ISSN 1824-3010 (stampa)  ISSN 1828-230X (online)
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