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                 jaban desde la Península Ibérica las solicitudes (con las letras de cam-
                 bio que las acompañaban) mantenían en buena medida a la curia y a
                 quienes vivían a su alrededor. Un curial de éxito estaba por fuerza bien
                 informado y comunicado.
                    Obtenida  la  gracia  y  antes  de  ser  expedida  la  bula,  era  preciso
                 pagarlo todo de una vez. Con frecuencia, el monto podía ser muy ele-
                 vado, de cientos o de miles de ducados. Si el interesado no disponía de
                 ese capital en metálico, existía el recurso de empeñar las bulas, o sea,
                 hipotecarlas en uno de los bancos con permiso para ello. Sólo se podía
                 recurrir a quienes la Santa Sede hubiera otorgado licencia oficial de
                                      13
                 banqueros de la curia .
                    Ciertamente, el patronato regio en el mundo ibérico supuso una
                 gran limitación para el mercado de beneficios, cuyos instrumentos de
                 enajenación no eran en tal caso accesibles ni aplicables. Sin embargo,
                 esto no significa que los beneficios eclesiásticos bajo patronato regio
                 quedaran amortizados para la fiscalidad pontificia. Al igual que ocurría
                 con los obispados, los clérigos nominados por el rey tenían que pagar
                 en Roma las correspondientes bulas de confirmación de su nombra-
                 miento en los seis meses posteriores. Lo mismo era aplicable a los
                 beneficios de concurso. Esto aparte, en esas diócesis los curiales tam-
                 bién intermediaban para la obtención de otras gracias, como dispensas
                 matrimoniales, indulgencias, etc.
                    No nos olvidemos tampoco de las decenas de extorsionadores, los
                 temibles molestadores de beneficios, que pululaban por esta jungla
                 romana. Para muchos coetáneos, eran predadores a la espera de la
                 oportunidad de un error en una solicitud, de una muerte inesperada,
                 de un solicitante ingenuo… Salvo para los más avezados, lo mejor era
                 contratar a un intermediario profesional, a un curial.
                    Los versos que Luis de Góngora escribió para despedir a su amigo
                 y protector, don Juan de Tassis, al rechazar la oferta de éste de acom-
                 pañarlo a Italia, aluden a todo esto que venimos comentando:

                    De las orejas yo teniendo al lobo,
                    incluso esperaré en cualque misiva
                                                  14
                    beneficio tan simple, que sea bobo .
                    A pesar de la oportunidad perdida, contando nada menos que con
                 el contacto de Tassis, correo mayor de Italia, le quedaba la esperanza




                    13  Sobre estas cuestiones: R. Olaechea, Las relaciones hispano-romanas cit., vol. 1,
                 p. 95.
                    14  Luis de Góngora, soneto Del conde de Villamediana, prevenido para ir a Nápoles
                 con el duque de Alba, vv. 12-14.


                 Mediterranea - ricerche storiche - Anno XVI - Agosto 2019      n.46
                 ISSN 1824-3010 (stampa)  ISSN 1828-230X (online)
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