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habría de suceder en un período de tiempo más o menos corto, para
satisfacción del poder central. La expulsión de los judíos de 1492 y los
autos de fe finiseculares y de comienzos del Quinientos lograrán
acabar con el mal ejemplo, consiguiendo aterrorizar al resto de la
comunidad, que por la fuerza aceleró su proceso integrador. La
aculturación parecía haber triunfado del todo.
En este camino, que parecía relativamente sencillo de transitar, se
interpusieron como inesperada barrera los Estatutos de Limpieza de
Sangre. Artefactos jurídicos que básicamente buscaban excluir del
poder y los honores a los descendientes de judíos. Es decir, racismo en
estado puro, pues no se estimaba la ortodoxia del candidato, sino su
abolengo. Y provenir de hebreos, bastaba un único antepasado,
contaminaría la sangre de cualquier pretendiente a vestir un hábito de
una Orden Militar, ingresar en muchas cofradías y colegios mayores,
ostentar cargos públicos o por supuesto formar parte del organigrama
de la propia Inquisición. La llegada masiva de marranos portugueses
no haría sino incrementar el fenómeno, transformando aquí el
antisemitismo inicial en pura xenofobia.
Abundaron las pruebas genealógicas, y se cuentan por decenas de
miles los expedientes generados para este fin, afectando en mayor o
menor medida a todas las clases medias y por supuesto y de forma
mayúscula a la nobleza y las élites urbanas. Cuantos más intereses
sociales, más veces se habría de probar una ascendencia limpia, libre
de sangre infecta al decir de los documentos de época.
En todo este espantoso juego de búsqueda de la infamia ajena, el
fraude fue algo generalizado. Los documentos se falsificaron por
doquier; los testigos fueron sobornados o amenazados, según los
casos; se corrompió con dinero a unos venales informantes; y
evidentemente funcionó a la perfección la solidaridad grupal entre los
conversos, que hicieron piña ante la adversidad.
Sólo la falta de investigaciones de archivo y por supuesto el delirio de
algunos historiadores contemporáneos, militantes en la extrema derecha
o en un judaísmo fanático en lo religioso y/o en lo étnico, puede negar
este hecho clave. Los judeoconversos lograron sobrevivir a la represión y
al rechazo, y muchos de ellos ingresaron en lo más alto de la sociedad
hispana, incluso en la cúspide de la misma. Claro que hubo terribles
sufrimientos, y los más importantes estadísticamente no fueron los de
aquellos que tuvieron que visitar una cárcel inquisitorial o ardieron en
una pira. Numéricamente, lo más destacado fue el miedo generalizado
que durante un siglo y medio experimentó este grupo, tanto los ya
escasos restos de judaísmo oculto como los muy mayoritarios grupos de
cristianos convencidos, cuyo estatus social podía peligrar en cualquier
momento gracias a unas frases injuriosas dichas en público, a una
denuncia inoportuna o a los párrafos contenidos en un memorial que
desvelara su auténtica ascendencia.
Mediterranea - ricerche storiche - Anno XVI - Agosto 2019 n.46
ISSN 1824-3010 (stampa) ISSN 1828-230X (online)