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Enrique Soria Mesa (saggi)_1  26/09/19  07:17  Pagina 220






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                 habría de suceder en un período de tiempo más o menos corto, para
                 satisfacción del poder central. La expulsión de los judíos de 1492 y los
                 autos  de  fe  finiseculares  y  de  comienzos  del  Quinientos  lograrán
                 acabar  con  el  mal  ejemplo,  consiguiendo  aterrorizar  al  resto  de  la
                 comunidad,  que  por  la  fuerza  aceleró  su  proceso  integrador.  La
                 aculturación parecía haber triunfado del todo.
                    En este camino, que parecía relativamente sencillo de transitar, se
                 interpusieron como inesperada barrera los Estatutos de Limpieza de
                 Sangre.  Artefactos  jurídicos  que  básicamente  buscaban  excluir  del
                 poder y los honores a los descendientes de judíos. Es decir, racismo en
                 estado puro, pues no se estimaba la ortodoxia del candidato, sino su
                 abolengo.  Y  provenir  de  hebreos,  bastaba  un  único  antepasado,
                 contaminaría la sangre de cualquier pretendiente a vestir un hábito de
                 una Orden Militar, ingresar en muchas cofradías y colegios mayores,
                 ostentar cargos públicos o por supuesto formar parte del organigrama
                 de la propia Inquisición. La llegada masiva de marranos portugueses
                 no  haría  sino  incrementar  el  fenómeno,  transformando  aquí  el
                 antisemitismo inicial en pura xenofobia.
                    Abundaron las pruebas genealógicas, y se cuentan por decenas de
                 miles los expedientes generados para este fin, afectando en mayor o
                 menor medida a todas las clases medias y por supuesto y de forma
                 mayúscula a la nobleza y las élites urbanas. Cuantos más intereses
                 sociales, más veces se habría de probar una ascendencia limpia, libre
                 de sangre infecta al decir de los documentos de época.
                    En todo este espantoso juego de búsqueda de la infamia ajena, el
                 fraude  fue  algo  generalizado.  Los  documentos  se  falsificaron  por
                 doquier;  los  testigos  fueron  sobornados  o  amenazados,  según  los
                 casos;  se  corrompió  con  dinero  a  unos  venales  informantes;  y
                 evidentemente funcionó a la perfección la solidaridad grupal entre los
                 conversos, que hicieron piña ante la adversidad.
                    Sólo la falta de investigaciones de archivo y por supuesto el delirio de
                 algunos historiadores contemporáneos, militantes en la extrema derecha
                 o en un judaísmo fanático en lo religioso y/o en lo étnico, puede negar
                 este hecho clave. Los judeoconversos lograron sobrevivir a la represión y
                 al rechazo, y muchos de ellos ingresaron en lo más alto de la sociedad
                 hispana, incluso en la cúspide de la misma. Claro que hubo terribles
                 sufrimientos, y los más importantes estadísticamente no fueron los de
                 aquellos que tuvieron que visitar una cárcel inquisitorial o ardieron en
                 una pira. Numéricamente, lo más destacado fue el miedo generalizado
                 que  durante  un  siglo  y  medio  experimentó  este  grupo,  tanto  los  ya
                 escasos restos de judaísmo oculto como los muy mayoritarios grupos de
                 cristianos convencidos, cuyo estatus social podía peligrar en cualquier
                 momento  gracias  a  unas  frases  injuriosas  dichas  en  público,  a  una
                 denuncia inoportuna o a los párrafos contenidos en un memorial que
                 desvelara su auténtica ascendencia.


                 Mediterranea - ricerche storiche - Anno XVI - Agosto 2019      n.46
                 ISSN 1824-3010 (stampa)  ISSN 1828-230X (online)
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