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Diaz Rodriguez (saggi)_4  26/09/19  07:13  Pagina 312






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                 y el mercado curial. A lo largo de estas páginas creo haber podido
                 demostrar mi hipótesis de partida: la existencia de este espacio de
                 oportunidad, especialmente poblado de conversos entre sus agentes,
                 fue un factor determinante en el proceso de creación de los bienes
                 patrimoniales objeto de estudio. No por una razón cultural (religiosa,
                 estética), sino por una razón socioeconómica.
                    No puede afirmarse que el desempeño de una carrera como curial
                 caracterizara determinadamente el tipo de inversión suntuaria en sus
                 formas, o sea, el proyecto constructivo en sí o de monumentalización,
                 si se optaba por una determinada estética o se apostaba por ornamen-
                 tar la capilla en lugar de la fachada. Por lo general, los curiales no res-
                 pondieron a patrones característicos ni exclusivos. A lo sumo, podría
                 decirse que su intenso contacto con Roma pudo condicionar alguno de
                 ellos en lo que a gusto arquitectónico, iconografías o devociones se
                 refiere.  Cierto  es  que  como  comitentes  tuvieron  un  fácil  acceso  al
                 mundo italiano: Jerónimo da Fonseca hizo enviar desde Roma hasta
                 Sevilla al doctor Olalla de Rojas un par de grandes lienzos en 1596, el
                 doctor Miguel Bermúdez se trajo consigo a Córdoba una colección de
                 cerca de setenta cuadros, entre ellos pinturas italianas de Nuestra
                 Señora del Popolo, Santa Francisca Romana (durante cuya canoniza-
                 ción estaba en Roma) o Santa María Maggiore, el doctor don Lope de
                 Molina poseía pinturas notables, así como otras obras traídas tras sus
                 años de estancia en la corte pontificia…
                    Mas tampoco hay que olvidar que rara vez se trató de proyectos en
                 verdad personales (aunque excepciones las hubo). No fue así al menos
                 en estos niveles sociales. El tío encarga y financia el retablo o el sepul-
                 cro de turno, pero es al sobrino, a la hermana o los albaceas a quienes
                 a menudo encontramos contratando al pintor o al entallador. Con
                 suerte, vive para verlo iniciarse, sugerir la reutilización de algunos de
                 los cuadros que trajo de Roma o de aquel crucifijo que mandó hacer
                 en Italia con sus armas. Más comúnmente, queda como una manda
                 testamentaria que cumplir por los herederos de forma más o menos
                 fiel a sus deseos, si es que los expresó en detalle. Ni las dedicaciones
                 votivas son siempre respetadas, cambiando santas titulares de retablos
                 y advocaciones de capillas. Quizá porque, en última instancia, no era
                 eso lo más importante, sociológicamente hablando.
                    Sin embargo, ser curial sí que supuso una variable efectiva, no ya
                 en las formas, sino en los tiempos y en los medios. El capital necesario
                 para estas inversiones podía acumularse a un ritmo más acelerado que
                 el habitual y afrontar proyectos de una envergadura que no parece
                 corresponderse con el nivel socioeconómico familiar tan sólo una o dos
                 generaciones atrás: capillas de monseñores hermanos de artesanos,
                 palacios de protonotarios hijos de escribanos y nietos de condenados
                 por el Santo Oficio, etc.


                 Mediterranea - ricerche storiche - Anno XVI - Agosto 2019      n.46
                 ISSN 1824-3010 (stampa)  ISSN 1828-230X (online)
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